Mira al techo cuidadosamente. No fijes la mirada en nada específico, simplemente desenfoca y siente tu alrededor.
Deja de pensar. Sólo quédate con lo esencial, lo constructivo, la moraleja de la experiencia.
Imagina
una habitación con paredes completamente opacas, negras; imagina todo vacio y sin amueblar. Solo tu, absolutamente nada más
que tú, tu y el aire, tu y el silencio; levitando en el centro, sentado en el aire con las piernas
cruzadas y las manos sobre las rodillas, uniendo en ambas manos el
pulgar y el índice.
Visualizas el momento en el que sabrás que todo
ha merecido la pena. Que, cada tropiezo, cada momento incómodo, forzado,
era necesario. Sentir que aprender no sólo es cuestión de libros, que
hay cosas que, tienes que descubrir por ti mismo.
Y sonríes, mientras una lágrima de felicidad recorre tu
mejilla derecha. Lo consigas o no, no importa: al menos ya sabes qué
quieres, en qué camino estás, a dónde te dirijes, que es lo que buscas y sobre todas las cosas que camino quieres seguir.
Hasta luego!
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