Me hallaba ante el portal opaco que me llevaría Dios sabe dónde. Di el
último paso sin pensar, sin recordar todos los instantes de mi vida
felices, sin flashes ante mis ojos.
Sin que pudiese explicarlo, me encuentro en una playa al atardecer. Me siento en la arena y siento la brisa moldearme.
Caminando
sin rumbo, descubro un pequeño barco de madera. El típico velero de
escasos centímetros con el que los niños suelen jugar. Me recordaba a
uno que había montado hace muchos años, cuando todavía creía en lo
imperecedero de las cosas.
Era algo que siempre había ansiado,
siempre había apreciado el tenerlo a mi lado para contemplarlo, para
maravillarme con su belleza. Un barco hecho para ser admirado en tierra,
no para navegar. Jamás pensé en qué pasaría fuera de planos, del papel.
Veía tan lejana su partida que nunca lo preparé para el mar.
Lo
dejé marchar. Derramé más de una lágrima haciéndolo, sintiendo que
metafóricamente estaba dejando marchar una parte de mi más allá de aquél
barquito. No lo comprendía, pero eso no evitaba que lo sintiese como si
se me desgarrara el pecho.
Ese barco tenía nombre. Tal y cómo
esperaba, no duró más de un par de olas a flote. Me había enamorado
tanto de la idea de conseguir algo propuesto por mi mismo, llegar a una
meta fijada por mi; que no vi más allá: no supe ver que no se
correspondían a una persona mis sentimientos, sino a un ideal, una
creencia. La persona sólo era el salvoconducto a demostrarme a mi mismo
mis capacidades.
Una vez el mar hubo hundido mi barco, el dolor se
hizo más profundo. Comprendí que tanto como había descuidado hacerlo a
prueba de mantenerse a flote, al mar le traían sin cuidado mis
sentimientos.
Y un dia volvi sin querer...
Hasta pronto!